La reunión del G8, el grupo de los países más exitosos del mundo, terminó con una reunión entre ellos y un selecto grupo de líderes de países que también quisieran serlo, entre ellos nuestro vecino Brasil. Teniendo enfrente a Bush, Putin, Chirac, Blair, etcétera, el presidente Lula da Silva manifestó que “los subsidios a la agricultura de los países ricos exportan hambre y pobreza a los países menos desarrollados”, una fórmula conocida y muy repetida en el marco de las negociaciones de la ronda Doha, para la liberalización del comercio global.
“¿Y por casa cómo andamos?”, podrían haberle respondido al dirigente sudamericano los del G8. Sucede que Brasil presentó hace muy poco su plan de apoyo a la agricultura, donde se contempla la inyección de 60.000 millones de reales o u$s 27.300 millones en esa actividad económica.
Los funcionarios brasileños se jactan de haber aumentado esta ayuda 13% respecto de la campaña 2005/06 y 143% respecto de 2002/03, cuando la ayuda al sector fue de R 24.700 millones, hoy unos u$s 11.200 millones.
En un momento en donde la agricultura del vecino país atraviesa una crisis de rentabilidad por la situación macroeconómica (tipo de cambio), el gobierno de Lula busca dar las mayores señales posibles de apoyo al sector.
De esta forma, los productores disponen de casi u$s 1.000 millones en créditos para la compra de maquinaria a una tasa de 8,75%, cuando en el mercado de capitales el dinero cuesta 30% anual. Y como éste, hay una serie de líneas de crédito tanto para la inversión como para el capital de trabajo.
Por otra parte, el gobierno de Lula asegura a sus productores precios mínimos para sus cosechas. Un agricultor del norte y nordeste brasileños sabe que tiene un precio asegurado para su maíz de R 16 la saca de 60 kg, es decir unos 120 dólares la tonelada, un precio al cual los chacareros argentinos seguro les encantaría vender.
El plan brasileño contempla, además, subsidios (utilizan esa palabra) de la prima de los seguros agrícolas, de entre 30 y 60% del valor.
Por otra parte, está volcando cerca de u$s 730 millones para el desarrollo de agroenergía, aspecto que involucra fundamentalmente a la producción de caña de azúcar (alconafta) y soja (biodiésel).
La actitud del gobierno brasileño es un indicio de que no sólo los países centrales están interesados en volcar fondos a sus sectores agropecuarios. En Mercosoja, un directivo de Abiove (los aceiteros brasileños) mencionaba que el 32% de los ingresos de un productor de la Unión Europea llega por vía de los subsidios, mientras que en los Estados Unidos ese porcentaje alcanza al 16% y en Brasil al 3% (ver cuadro).
A la luz de estos datos, el problema de la Argentina es encontrar el sector que le transfiera recursos al agro, como ocurre en aquellos países que subsidian.
Pero el dilema es que al plantear a la producción agropecuaria como “el motor de la economía” local, se la convierte en dadora de fondos y no en tomadora. Entonces, ¿no sería más razonable plantear a la actividad como “el burro de arranque” de la economía?, es decir el que echa a andar a la economía.
Tal vez, como proponen desde Aapresid, sea momento de rever algunos paradigmas.
Javier Preciado Patiño