Es frecuente oir inteligentes y comprometidos alegatos, inclusive de funcionarios de este Gobierno, sobre la importancia decisiva que tiene la cadena agroalimentaria. Se la identifica como “la locomotora de toda la economía, generadora de la mayor cantidad de divisas, empleo y valor agregado”. En efecto baste solo imaginar una Argentina sin exportación de agroalimentos, para comprender que sería hoy un país inviable. Sin embargo las decisiones oficiales no han estado orientadas a facilitar y promover su máxima expresión de potencial de creación y distribución de riqueza, al apelar a la aplicación de impuestos regresivos (retenciones) , y que hoy, con precios de los granos ubicados nuevamente en sus niveles históricos mínimos, deben ser sin duda revisados.
La casi permanente en la historia argentina, transferencia de ingresos de un sector eficiente hacia otro claramente menos eficiente para producir y distribuir riqueza, ha contado cuanto menos con la indiferencia de la “otra” Argentina, la “urbana”, que ha pecado por omisión al no cuestionar esta nefasta y regresiva práctica. Es más, muchas veces hasta la encuentran socialmente justa, ya que consideran que la actividad rural es desarrollada por un grupo reducido de privilegiados. Lejos está en esta realidad del sector, la visión estereotipada de la “oligarquía vacuna y terrateniente” totalmente desaparecida y reemplazada por red de redes productivas y una generación de “gerentes” obsesionados por reducir costos y producir cada vez más.
Nuestros gobernantes cuya intención debemos creer es lograr un país que crezca, deben permitir que el sector se exprese y produzca el milagro de la creación y distribución de la riqueza.
Héctor Sendoya Presidente de AFAT,
director comercial de Case-New Holland