Si no puedes vencer a tu enemigo, convoca a quien lo haga. Ese podría ser el apotegma del tomate, y probablemente de muchas otras plantas, que, en situaciones de competencia por la luz con otras vecinas, no sólo alargan más sus tallos y hojas sino que también emiten sustancias volátiles que atraen a un insecto rival de aquellos que son sus predadores.
Así lo muestra un estudio argentino publicado en “New Phytologist”. “Nuestros resultados sugieren que las plantas modificarían su ‘perfume’ de modo de hacerse más atractivas a insectos que son enemigos de sus atacantes”, indicó a la Agencia CyTA-Leloir el doctor Carlos Ballaré, investigador superior del CONICET y profesor titular en la UBA y la UNSAM.
El mediador de ese efecto son receptores vegetales de la luz, llamados fitocromos, que hasta ahora se sabía que inducían a la planta a “estirarse” en presencia de vecinas para reducir el riesgo de ser sobrepasadas en altura y quedar a la sombra.
Sin embargo, los fitocromos parecen cumplir una segunda función: promover el cambio en el abanico de ciertos compuestos volátiles (terpenos) que la planta libera con el objeto de atraer insectos “guardaespaldas”, de modo tal de ahorrar recursos en la defensa directa. Es la primera vez que se demuestra la conexión entre la señalización lumínica y química de las plantas.
El estudio fue realizado con cultivos experimentales de tomate. Ballaré y sus colegas comprobaron que al inactivar uno de los fitocromos (B), una situación típica en la cercanía de competidores por la luz, la planta atraía mejor a una chinche (Macrolophus pygmaeus) que es enemigo natural de insectos que se alimentan del tomate y otras especies de la misma familia.
“El desafío es ver cómo podemos utilizar este conocimiento en el desarrollo de cultivos que expresen sistemas robustos de defensa y que, por lo tanto, sean menos dependientes de las aplicaciones de pesticidas”, indicó Ballaré, quien es jefe del Laboratorio de Fotobiología Ambiental del Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas Vinculadas a la Agronomía (IFEVA), que depende de la UBA y del CONICET.
El trabajo contó con la participación de colegas de Holanda y fue desarrollado por Leandro Cortés, becario del IFEVA y del IBAM en el Instituto de Biología Agrícola de Mendoza (IBAM). Y está dedicado a Hernán Boccalandro, un investigador del Conicet en el IBAM que concibió muchos de los enfoques iniciales del trabajo y falleció en un accidente de tránsito en 2011. “Es un pequeño reconocimiento a su creatividad y entusiasmo por las nuevas ideas”, subrayó Ballaré.